mi茅rcoles, 15 de agosto de 2012

~El juez de los abrazos'!...



Lee Shapiro es un juez retirado y tambi茅n una de las personas m谩s aut茅nticamente amables y cari帽osas que conocemos. En un momento de su carrera, Lee se dio cuenta de que el amor es el poder m谩s grande que hay. Como resultado de ese descubrimiento se convirti贸 a la religi贸n del abrazo: empez贸 a dar abrazos a todo el mundo. Sus colegas comenzaron a llamarlo «el juez de los abrazos». En el parachoques de su autom贸vil se lee: «No me fastidi茅is, ¡abrazadme!». Hace m谩s o menos seis a帽os, Lee invent贸 lo que 茅l llama su «Equipo de abrazar». Por fuera dice: «Un coraz贸n por un abrazo» y contiene treinta corazoncitos rojos bordados con un adhesivo al dorso. Lee saca su «Equipo de abrazar», se acerca a la gente y le ofrece un corazoncito rojo a cambio de un abrazo. Gracias a esta pr谩ctica ha llegado a ser tan conocido que con frecuencia lo invitan a conferencias y convenciones donde puede compartir su mensaje de amor incondicional. En una conferencia que se realiz贸 en San Francisco, los medios de comunicaci贸n locales le plantearon el siguiente reto: «Es f谩cil dar abrazos en esta conferencia dirigida a personas que han venido aqu铆 porque han querido, pero eso ser铆a imposible en el mundo real». Y lo desafiaron a que empezara a dar abrazos por las calles de San Francisco, seguido por un equipo de televisi贸n de la emisora local. 
Lee sali贸 a la calle y abord贸 a una mujer que pasaba.
—Hola, soy Lee Shapiro, el juez de los abrazos, y doy un coraz贸n de estos a cambio de un abrazo —explic贸.
—C贸mo no —fue la respuesta.
—Demasiado f谩cil —objet贸 el comentarista local. 
Lee mir贸 a su alrededor y vio a una muchacha encargada de un parqu铆metro que lo estaba pasando mal a causa del propietario de un autom贸vil a quien estaba multando. Lee se encamin贸 hacia ella, con el c谩mara a su lado y le dijo:
—Me parece que a ti te vendr铆a bien un abrazo. Soy el juez de los abrazos y me ofrezco a darte uno. Ella acept贸.
—Mire, ah铆 viene un autob煤s —lo desafi贸 el comentarista de televisi贸n—.
Los conductores de autob煤s de San Francisco son la gente m谩s dura, descort茅s y mezquina que hay en la ciudad. Vamos a ver si consigue usted que lo abracen. Lee acept贸 el reto. Cuando el autob煤s lleg贸 a la parada, dijo al conductor:
—Hola, soy Lee Shapiro, el juez de los abrazos. El suyo debe de ser uno de los trabajos m谩s agotadores del mundo. Hoy ando ofreciendo abrazos a la gente para aliviarles un poco la carga. ¿Le apetece uno?
El hombr贸n de un metro ochenta y cuatro y m谩s de noventa kilos de peso se levant贸 del asiento, baj贸 y le dijo: —¿Por qu茅 no?
Lee lo abraz贸, le dio un coraz贸n y lo salud贸 con la mano mientras el autob煤s volv铆a a arrancar. Los del equipo de televisi贸n estaban mudos. Finalmente, el presentador dijo: —Tengo que admitir que estoy muy impresionado.
Un d铆a, Nancy Johnston, una amiga de Lee, llam贸 a su puerta. Nancy es payaso de profesi贸n e iba vestida con su disfraz de trabajo, maquillada y con nariz postiza. —Lee, coge un mont贸n de tus «Equipos de abrazar» y vamos al hogar de incapacitados. Tan pronto como llegaron, comenzaron a repartir globos, sombreros de carnaval, corazones y abrazos entre los pacientes. Lee se sent铆a inc贸modo: nunca hab铆a abrazado a nadie que tuviera una enfermedad terminal, que padeciera graves disfunciones f铆sicas o mentales. Decididamente, aquello era excesivo para dos personas. Pero pasado un rato las cosas se volvieron m谩s f谩ciles, ya que se fue formando un cortejo de m茅dicos, enfermeras y ayudantes que los segu铆an de un pabell贸n a otro. Pasadas varias horas, llegaron al 煤ltimo pabell贸n donde se alojaban los treinta y cuatro casos m谩s graves que Lee hab铆a visto en su vida. La sensaci贸n fue tan horrible que lo descorazon贸; pero, dado su compromiso de compartir su amor para conseguir un cambio, Nancy y Lee empezaron a abrirse paso por la habitaci贸n, seguidos por el s茅quito de m茅dicos y enfermeras, que por aquel entonces ya llevaban corazones colgados al cuello y luc铆an sombreros de carnaval.
Finalmente, Lee lleg贸 a la 煤ltima persona, Leonard, que llevaba un gran babero blanco sobre el cual babeaba incesantemente. Lee mir贸 a Leonard, que no dejaba de babear, y despu茅s se volvi贸 a Nancy dici茅ndole: —Vay谩monos, Nancy, a una persona as铆 es imposible llegar. —Vamos, 
Lee — respondi贸 ella—. Es un ser humano como nosotros, ¿o no? Y le puso un sombrero de mil colores en la cabeza. Lee sac贸 uno de sus corazoncitos rojos y lo peg贸 en el babero de Leonard. Despu茅s, tras hacer una inspiraci贸n profunda, se inclin贸 para abrazarlo. S煤bitamente, Leonard empez贸 a emitir un chillido. Otros pacientes empezaron a golpear cacharros. Lee se volvi贸 hacia el personal de la sala, en busca de alguna explicaci贸n, y se encontr贸 con que todos los presentes, m茅dicos, enfermeras y auxiliares, estaban llorando.
—¿Qu茅 es lo que pasa? —pregunt贸 a la jefa de enfermeras.
Lee jam谩s olvidar谩 su respuesta:
—En veintitr茅s a帽os, es la primera vez que hemos visto sonre铆r a Leonard.
As铆 de sencillo es cambiar en algo la vida de la gente.

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